Yo vi a mi propio Ego

por | Ene 8, 2023 | Blog

Cuando comencé a recibir información de sabiduría, sabía que todo lo que aprendiera me llevaría a hacer grandes cambios y sentía una ilusión muy grande al pensar que “pronto terminaría” con cualquier sufrimiento, dolor y enfermedad.

Así que recibía las herramientas llena de ilusión, de entusiasmo y con un convencimiento total de que todo en mi vida cambiaría y que pronto yo estaría al “otro lado”.

Este deseo de aprender y trascender generaba en mí un gran compromiso para tomar y poner en práctica todo lo que aprendía.

Puse entonces en marcha un plan sincronizado de “aprendizaje rápido”: escribí en tarjetas las frases que me ayudaban a recordar los principios que necesita seguir para lograr la trascendencia, y las ubiqué en “lugares estratégicos” como los baños, la cocina, el área de trabajo, el carro… en fin, en todo lugar en donde pudiera ver estos mensajes para tenerlos presente en todo momento.

También implementé un sistema que aprendí cuando era niña a partir de la historia de Franklin Delano Roosevelt quien decía: “De lo único que debes tener miedo, es de tu propio miedo”. Con esta premisa él anotaba en una hoja la lista de las cosas que debía modificar en su personalidad con la intención de hacerse más consciente de sus áreas de mejora y así poder corregir lo identificado. Así que yo hice mi propio cuadro y anoté allí los aspectos que había identificado como limitantes de mi crecimiento.

Efectivamente empecé a ver grandes cambios y en tiempos más cercanos de los que yo creía. Esto me animaba aún más a seguir adelante. Sentía que estaba “quitándole el alimento a mi ego” y éste se estaba debilitando rápidamente, lo cual me llevaría al tan anhelado estado de la liberación definitiva de todo sufrimiento.

Sin embargo, de lo que no me daba cuenta, es que lo que yo hacía creyendo que era compromiso, estaba impulsado en un alto porcentaje por mi propio ego.

Y entonces tuve una experiencia maravillosa que me llevó a verme cara a cara con mi propio ego. La vida, en su infinita sabiduría, me llevó a que viera a través de sueños, lo que no veía estando despierta.

Una noche soñé que me encontraba en un lugar campestre de singular belleza. La vivienda era una casa blanca muy grande de amplios salones y corredores. Había cascadas, prados, flores, a lo lejos un bosque frondoso, en fin, era un lugar muy especial. A pesar de toda esa belleza yo estaba sorprendida de estar allí y muy molesta.

A mi alrededor se encontraban varios hombres y había uno que sin que tuviese nada en particular en su aspecto físico, más bien era alguien a quien pudiéramos llamar común y corriente, se destacaba por la arrogancia que mostraba.

Su actitud era altiva y parecía despreciar a todos los demás. A mí me miraba con cierto desdén y en su rostro había un gesto de burla. De pronto fui consciente de que yo estaba secuestrada por este hombre y me sentí aún más molesta.

¿Por qué me has secuestrado?, ¡no quiero estar aquí!, ¡déjame ir!. Le dije en tono fuerte, a lo cual él no respondió y con una mirada de indiferencia, se alejó de mí.

Me sentí impotente, frustrada y enfurecida. ¿Quién se creía este hombre para tenerme allí?

En ese momento se me acercó otro de los hombres que aparentemente también estaban secuestrados y me dijo: “Te tendrá secuestrada porque es la única manera de tenerte aquí. No puedes escapar, él es demasiado fuerte”.

 Que rabia y que furia sentía, quería gritar pero allí, era claro, nadie me ayudaría ¿Cómo salir de allí?

De pronto y sin darme cuenta, como ocurre en los sueños, me encontré fuera de aquel lugar y de nuevo libre, es decir que ya no estaba secuestrada. Me había liberado de ese hombre tan despreciable para mí. ¡Me había liberado del secuestrador!.

Pero la libertad me duró muy poco. En un abrir y cerrar de ojos volví a estar secuestrada y otra vez estaba allí ese hombre, quien ahora con su mirada me decía: “hagas lo que hagas estas en mis manos”

Entonces me di cuenta de algo que no había percibido antes frente a este hombre y la posición de secuestrada: ya no estaba tan molesta. No era que esto me agradara, pero tampoco me molestaba. Era algo así como: “Bueno estoy aquí, no voy a sufrir”.

En ese momento el hombre se paró altivo frente a mí y al mirarlo más detenidamente, cosa que no había hecho antes, me horrorice de ver mi propio rosto en su rostro. Asustada retrocedí. Quise huir, pero imposible. No podía moverme y además ¿a donde iría?

De repente en el sueño todo fue muy claro para mí, quien me tenía secuestrada era mi propio ego!

En mi mente apareció una pregunta: ¿en realidad estaba secuestrada?, y entonces entendí que en mi creencia de que estaba trabajando por mi desarrollo espiritual, estaba inconscientemente alimentando a mi propio ego.

Me di cuenta que lo que yo estaba llamando compromiso, era ansiedad por salir de las circunstancias que estaba viviendo; lo que veía como entusiasmo, era afán de terminar pronto, que no había en mí una comprensión clara de la importancia de las experiencias y no estaba extractando lo que necesitaba capitalizar de cada una de ellas, solo quería salir rápido.

Me desperté con una sensación de pequeñez, como si mi cuerpo se hubiese recogido, una parte de mí se había vuelto chiquita. Me di cuenta que mi propio ego me había hablado.

Yo que estaba convencida que ya estaba a punto de liberarme definitivamente de él. Ese sueño me llevo a comprender que el ego es totalmente necesario justamente para mostrarnos lo que nos hace falta por aprender.

Comprendí que todo lo que venía haciendo para lograr implementar en mi interior las herramientas era maravilloso, pero que necesitaba quitarme el afán… quitarle el “yo quiero que”.

Me di cuenta que en realidad estaba haciendo mi trabajo a medias, porque por un lado tomaba las herramientas, buscaba implementarlas en mi cotidianidad, pero con un condimento malsano… el quiero que nacía del ego, entonces sin saberlo estaba “secuestrada” todo el tiempo por él.

Al despertar de ese sueño, desperté a una realidad que me invitó a trabajar con humildad; a darme cuenta que, no por correr más, se llega primero; que todo tiene un tiempo, que necesito estar despierta, que necesito muchísima humildad para lograr el gran propósito de una vida espiritual

Ahora puedo decir… gracias ego, gracias por haberme permitido verte y así enseñarme que el cambio no se da corriendo, sino  ¡viviendo!

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