Porque me importas no te ayudo. ¿Suena incongruente? Tal vez parece algo sin sentido, sobre todo para aquel que está esperando la ayuda ¿te importo y no me ayudas? ¿qué clase de persona eres?
Voy a contar una historia de mi propia experiencia. Hace algunos años mis recursos económicos eran bastante altos y superaban mis necesidades; yo era una persona muy próspera, no es que hoy no lo sea, hago referencia a que “era” solo para darle sentido a esta historia.
Como decía, tenía recursos importantes lo que me permitía vivir en un muy buen sector en Bogotá. En una de las avenidas principales por las que transitaba a diario, era frecuente encontrar uno que otro habitante de la calle que esperaba ser “socorrido” con limosna.
Entre ellos y de manera habitual había un niño de unos 8 años quien tenía visibles cicatrices en su cuerpo, por quemaduras y de manera muy notoria en la cara la cual se encontraba bastante deformada,
Esto hacía que yo sintiera especial interés por este niño, y una profunda lástima por pues lo veía y sentía totalmente indefenso y abandonado a su triste y dolorosa suerte. Por supuesto, esto llevaba, a centraba en él de manera especial, dándole de dinero y regalos, especialmente juguetes.
Aun cuando no era al único a quien le daba limosna, ese niño para mí, representaba la suma de la desprotección y la tristeza, como lo reflejaba su rostro.
Yo me sentía tan contenta de poder ayudar a ese muchachito; de poder hacer que su vida fuera más amable, de lograr que no sufriera tanto y que sintiera que él le importaba a alguien.
Yo me sentía satisfecha conmigo misma. Por las noches cuando revisaba mi día, sentía contenta de haber podido ayudar a ese niño.
Sentía una sensación algo así como “Sé que Dios ve mi corazón y sabe que soy un buen ser humano, que amo a este niño y que estoy dándole calidad de vida. Pobre niño sin hogar y además en esas condiciones con su carita desfigurada por el fuego, pobrecito cuanto le dolería y ahora en la calle”.
Así era mi dialogo interno con relación al niño, a tal punto que a veces salía intencionalmente a buscarle para darle dinero pues “yo sabía” que lo estaba necesitando y, además, para hablarle, cosa que él a menudo rechazaba, porque era poco amigable.
Luego de algunos años y por razones de trabajo, la vida me llevó a vivir fuera del país. Me fui con bastante pena, porque no iba a poder seguir ayudando al niño.
Viví varios años en el extranjero y aun cuando todo era muy satisfactorio para mí en todos los aspectos de mi vida: mi economía crecía considerablemente, estaba felizmente casada, había nacido el primer hijo, viajaba con frecuencia, sin embargo, recordaba a aquel indefenso niño de la calle y se me arrugaba el corazón, me preguntaba cómo estaría: ¿sería que alguien le seguiría ayudando?, ¿estaría bien?, ¿o quizás habría muerto de frio y abandono?
Años más tarde regresé a vivir a Bogotá y, a los pocos días, mientras manejaba, desprevenidamente en la calle vi a un joven, en el que de inmediato reconocí al pequeño e indefenso niño. ¡Mi corazón saltó de alegría, ahí estaba y estaba vivo!
Me detuve apenas pude y esperé a que acerca pues vi que se dirigía hacia el vehículo estacionado, de hecho, confieso, era tanta mi alegría que estuve a punto de llamarlo, sin embargo, espere ansiosa a que él llegara y me reconociera y también se pusiera muy feliz de volver a verme.
Pero para mi sorpresa y desilusión, llego, extendió su mano y espero la limosna.
Yo lo miraba estupefacta. ¿Cómo no me reconocía, a mí que lo había socorrido tantas veces? Yo no lograba salir de mi asombro, mientras él seguía esperando la limosna y, cuando me recompuse, me atreví a preguntarle: ¿Te acuerdas de mí? y su respuesta fue un rotundo no y continuó esperando la limosna.
En ese momento se aclaró mi mente y vi el resultado de mi obra, de mi “buena obra”.
Aquel llamado por mi “indefenso niño” ahora era un joven que continuaba allí en la calle pidiendo limosna y, yo de alguna manera era responsable de eso. Yo había contribuido con eso…Por un momento pensé. “¿Dios mío, que hice?”
Me fui de allí sintiendo como la vida me abofeteaba y gritaba, ¿ves lo que has contribuido a hacer? Me sentí avergonzada.
El hecho de ver aquel joven con la misma actitud del niño que pide, incapaz de decidirse a conseguir los recursos para su subsistencia a través del trabajo, me mostró con claridad lo que se deriva de dar limosna y el error tan grande que cometemos quienes, llevados por una muy buena, pero poco sabia intención, contribuimos para que así sea.
Esta experiencia cambió radicalmente mi comportamiento con respecto a las personas, que en la calle esperan que los demás los “socorran” con una limosna.
La limosna empobrece la mente de quien la recibe. Comprendí que cuando ayudo, con la creencia de que eso le aporta bienestar al otro, más allá de ser una ayuda temporal, limita a la otra persona porque se acostumbra a la vida fácil de la limosna.
Algo más que descubrí en mí, fue que dar limosna, me hacia sentir bien conmigo misma al creer que estas personas me necesitaban, que yo de alguna manera era indispensable para ellos, lo cual sin darme cuenta hacía crecer mi ego.
También me di cuenta de algo, aún más importante:
Cuando doy limosna el mensaje que le envío al subconsciente de la otra persona es: “Tú eres incapaz de hacer algo distinto, tú no puedes, eres minusválido. Tu sin mí no puedes sobrevivir, no me interesa que crezcas, siempre tendrás que esperar que te regalen”
Este mensaje irrespeta al otro. No le da poder, por el contrario, debilita su auto estima o fomenta la incapacidad de desarrollar el comprometerse en una labor que aporte a la sociedad y que le permita dejar de ser un parasito.
Me di cuenta que respetar al otro, también significa confiar en su propia capacidad de salir adelante, y darle información, si la acepta, para que resolver los diferentes retos que la vida presenta.
Cuando enseñas a pescar, en vez de dar pescado, el mensaje que estás transmitiendo es: “tú eres un ser dotado de enormes capacidades. Creo en ti, tú puedes lograr lo que te propongas”.
Este mensaje empodera, respeta y valora, Hay que tener en cuenta además, que enseñar a pescar se hará, siempre y cuando la otra persona esté dispuesta a recibir la información, pues si intentas darla sin que se te autorice, también estas irrespetando.
Así que cuando digo ¡porque me importas, no te ayudo! me refiero precisamente a lo anterior.
Es más amoroso con el otro, confiar y creer en que es capaz de resolver las situaciones por sí mismo, que creer en que no puede, sólo que para eso es necesario renunciar a una creencia que en realidad es limitante: “soy bueno cuando doy limosna”.
Necesitamos ser mejores que eso, necesitamos aprender a respetar las experiencias de los demás, a sentirnos valiosos, sin desconfiar de las capacidades de los demás seres humano y estar dispuestos a servir incondicionalmente sin interferir en sus procesos.
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