De esposos a amigos

por | Ene 8, 2023 | Blog

No solamente éramos pareja, sino que desde antes de casarnos, éramos socios en una empresa que nos llevó a tener grandes éxitos económicos.

Vivíamos en el extranjero y por la lejanía con mi familia y amigos me sentía muy unida a él, quien se convirtió en “mi todo”.

Él era detallista, dulce y cariñoso y los primeros años tuvimos una relación muy armónica, sustentada en un apoyo mutuo, aun cuando desde el principio yo era consciente de la incompatibilidad mental que existía entre los dos.

¿Cuál era el “pero” de esta relación? Pues que desde chiquita a mí me habían interesado los temas espirituales, mientras que él consideraba esto como una “perdedera de tiempo” así que cuando yo leía o quería hacer algo que tuviera que ver con prácticas espirituales, él se incomodaba muchísimo, lo que a su vez hacía que yo con frecuencia sintiera tristeza y frustración.

Sin embargo, yo me fui dejando envolver por el trabajo, el crecimiento de la empresa, el éxito que estamos logrando a nivel económico, lo cual me restaba tiempo para otras actividades, lo que minimizaba nuestra incompatibilidad, y además, en los negocios formábamos un muy buen equipo.

A mí me fue “envolviendo una nube” de dinero, viajes de negocios, relaciones importantes, de tal modo que fui dejando de lado la importancia de los libros y los temas a los cuales él llamaba, “pendejadas”.

Muchos de los viajes no los realizábamos juntos, él viajaba más que yo y esto implicaba separarnos por varios días y, en ese mundo social en que nos desenvolvíamos, eran comunes las fiestas, y con las fiestas el alcohol.

Los hijos no estaban dentro de mis juveniles planes, esto al principio no fue relevante para él, pero luego empezó a pedirme que tuviéramos por lo menos un hijo.

Poco a poco me fui contagiando con la idea de tener un hijo y se despertó en mi  el instinto maternal, Así que después de algún tiempo nos embarazamos.

El embarazo nos unió mucho y fue un momento realmente feliz en nuestra relación. Cada uno daba lo mejor en esta excitante espera del bebé y en torno a él hacíamos planes, comprábamos cosas y  disfrutábamos cada momento.

Sin embargo, esto no lo alejaba de las constantes rumbas, y de sus también constantes infidelidades.

Tuvimos un segundo bebé (una niña) y ya aquí la relación se encontraba bastante deteriorada, sin embargo, yo llegué ingenuamente a creer que: “en el camino las cargas se arreglan, él va a cambiar, mi amor, mi comprensión (que no era tal), los niños le harán cambiar”.

Adopté entonces la más errada de las posiciones: Callar. Yo no quería que él se sintiera mal y deseaba a toda costa retenerlo, pues cuando imaginaba la vida sin él (y esto desde antes de nacer los niños) sentía mucho miedo y ese miedo se convirtió en mi capitán de la relación.

Él estuvo de acuerdo en que me dedicara los primeros años al cuidado de los niños, cosa que hice gustosa y entonces también aproveché los tiempos libres para retomar las lecturas que tanta falta me hacían… y ahí caí en mi siguiente error: empecé a sentirme espiritualmente superior a él.

¿Cómo era posible que este hombre no se diera cuenta de que la vida no era solo tener dinero, hijos, esposa, cosas, rumbas, sexo, comer, dormir y nada más?

¿Cómo era que no podía ver más allá de su nariz? Ahhh… pero yo si veía más allá… yo era un “ser espiritual” y el otro un “troglodita”.

Esto por supuesto nunca se lo dije, pero lo pensaba constantemente y por eso la energía que emanaba de mí era que estaba a punto de “Iluminarme” mientras el otro seguía siendo un “troglodita”.

Empecé a conocer gente y a tomar cursos y cursos de manera clandestina, y esto solo hacía que mi ego espiritual se engordara más y más y se agrandara la distancia entre nosotros.

El por su lado seguía su vida: un hombre bueno, cariñoso y buen papá, aún cuando a veces las rumbas lo hacían actuar de una manera bastante lejana y lo llevaban a perder el sentido de la responsabilidad con los niños.

Así pasamos varios años hasta que la relación se fue deteriorando hasta llegar a un puto donde ya no me interesaba continuar

Nuestra situación económica también cambio  sustancialmente, tuvimos que cerrar la empresa, lo que hizo que perdiéramos el elemento que nos mantenía juntos y en el que si funcionábamos: el trabajo y los negocios.

Yo ya no quería estar a su lado y me quería separar, pero él se negaba rotundamente aduciendo que me amaba, que era la mujer de su vida y que además no se separaría de los niños.

Esto me resultaba incómodo, frustrante, molesto, él no estaba de acuerdo con la separación y ya en ese momento yo no contaba con los recursos para sostener a los niños por mi propia cuenta, lo que significaba que no podía separarme. Me sentía “acorralada por la vida”.

Luego entendí que esto es lo que se conoce como destino inaplazable, pero en ese momento lo único que veía era que Yo, la “profundamente espiritual”, estaba siendo forzada a vivir con un “troglodita” y no podía escapar de mi destino.

Lloraba todos los días, me sentía encarcelada, atada y con un profundo deseo de huir de todo.

En esos difíciles momentos conocí a Gerardo Schmedling. Con él empecé a entender cómo funciona la vida para llevar al ser humano a aprender lo que necesitas aprender, empecé a entender las leyes que rigen la vida y al universo y cómo hacer para trascender una experiencia.

Reconozco que en estos temas de orden espiritual, yo soy “intensa”, aunque amorosamente prefiero decir “comprometida con mi transformación”, por tanto yo no escatimaba ni tiempo ni oportunidad para poner en práctica las enseñanzas que recibía y poco a poco comencé a entender que estaba en una situación de destino inaplazable en el que la vida me tenía aprendiendo a COMPRENDER, a ACEPTAR, a RESPETAR y a AMAR.

Poco a poco comencé a darme cuenta que yo no era ningún ser a punto de iluminarse, sino más bien un ser bien ignorante que creía que sabía.

Esto me llevó a ir cambiando paulatinamente mi forma de pensar, de hablar, de comportarme y hasta de mirar. Aprendí a pedir perdón, a acercarme de nuevo a mi pareja, ya no con prepotencia, de la cual ni siquiera había sido consciente, sino con una visión de humildad, de respeto por su ser y comprendí que la situación que estaba viviendo era mi mayor oportunidad, si realmente estaba interesada en mi crecimiento espiritual.

Cada día al despertarme me hacía consciente de la oportunidad única que la vida me estaba dando. En silencio le daba gracias a mi pareja por todo lo que estábamos viviendo y cuando hablamos, mi actitud era coherente con lo que estaba sucediendo en mi interior.

Lo veía como me veía a mí misma: un ser aprendiendo a ser feliz. Comprendí que todos los seres humanos tenemos experiencias distintas, todas ellas encaminadas a lo mismo, y dejé de verlo como antes lo hacía, para hacerlo ahora con compasión (comprensión por sus experiencias).

La relación fue dando un giro de 180 grados. Primero habíamos sido novios, socios, esposos, luego casi enemigos y ahora estábamos pasando de ESPOSOS a AMIGOS. Si bien es cierto, ya no teníamos interés como pareja, porque éramos conscientes que nuestros mundos habían cambiado, descubrimos que podíamos ser amigos y sobre todo padres para nuestros hijos.

Un día viví una experiencia la cual me transformo y que nunca olvidaré:

Estábamos en casa y en un momento él se dio la vuelta para hacer algo, dándome la espalda. Me quede mirándolo y observando interior mientras me preguntaba:

¿Qué siento por él ahora? ¿Qué siento por este hombre de quien antes estuve tan enamorada y a quien en un momento creí mi “todo”? ¿Será que la vida se inventó toda esta historia de unirnos con el único fin de que yo viviera este crecimiento que ahora estoy viviendo?

Y mientras me observaba y reflexionaba me sucedió algo mágico e inolvidable.

Sentí como mi cuerpo se expandía y se hacía tan grande que la energía que emanaba, lo envolvía a él en un “abrazo” de verdadero amor; no el “amor” que yo conocía hasta ahora; esto era algo totalmente diferente, algo más profundo y lo más parecido que encuentro para describirlo, es ternura infinita.

Quizás esta experiencia me tomó solo unos segundos, sin embargo, en mi interior ese momento fue una “eternidad” maravillosa y única.

De repente él se volvió y me miró, regresándome a la realidad, rompiendo con ello el hechizo en el que yo me encontraba.

Me sonrió de la manera más tierna, dulce e inocente que jamás había visto en él o en cualquier otro ser humano.

Él salió y yo me quede tratado de descifrar lo que había vivido. Nunca había experimentado algo similar. Estaba como aturdida, pero sintiendo un profundo gozo en mi interior, un estado de plenitud que no comprendía.

Después de varias horas de estar analizando la experiencia vivida, aun sintiéndome envuelta en esa sensación de expansión y de calma, me di cuenta que había vivido un instante de luz en mi interior, había comprendido, ya no solo era entender la razón por la cual estaba viviendo las dificultades de pareja, sino COMPRENDER por qué y para que las estaba viviendo.

En ese momento también comprendí que yo había trascendido las dificultades que estaba viviendo y que  esta experiencia había finalizado.

A los pocos días, con mucho respeto se me acercó y me propuso que nos separáramos porque él había comprendido que nuestros caminos eran diferentes.

Me expresó su profunda admiración y respeto y me explicó que consideraba que era lo mejor para todos. Así nuestra separación se convirtió en algo respetuoso y armónico, que nos dejó una linda duradera amistad.

Así que desde mi experiencia puedo decir que el final feliz de una relación de pareja no es siempre seguir juntos, pues cuando se comprende que no hay compatibilidad, pero se está dispuesto a trabajar en uno mismo, es posible hacer una transición con comprensión y pasar de ser Esposos a Amigos.

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